La ley “Hinzpeter” nos involucra, pero no nos consulta

El Derecho tiene como característica principal la protección y el ejercicio de determinados bienes jurídicos que la sociedad estima importantes para la convivencia social. La ley denominada “Hinzpeter” pretende sancionar ciertos actos que se consideran contrarios a la seguridad y el orden público, determinándole protección especialísima a ciertos bienes considerados públicos. El valor protegido, desde este punto de vista, es el “Estado” En su calidad de garante de la protección de la seguridad, individual y colectiva, y del orden público, aquel que es considerado como ideal para la estabilidad nacional. Esta ley, que ya se encuentra en tramitación legislativa, nos permite reflexionar sobre el bien jurídico de la protección del Estado en contraste con los derechos humanos, para lo cual es necesario describir la evolución histórica de este bien jurídico y cuál es su situación actual.
Esta sobre protección se ha encontrado en todos los momentos de la historia de la humanidad, desde las sociedades antiguas se cautelaban y sancionaban de forma extremadamente drástica los atentados a los “símbolos” más característicos de la autoridad. Ejemplo claro de aquello es la persecución de los cristianos por el imperio romano al considerarlos un peligro para la religión romana y consecuente para el “imperator” romano que detentaba (en los períodos más oscuros de la historia romana, alto imperio y bajo imperio) el liderazgo completo de la religión, incluso al nivel de ser considerado “Dios”. En términos más globales, la protección de la autoridad y sus símbolos, se radicalizó en la edad media, ligándola a los atentados físicos o morales contra el monarca, los señores feudales y la Iglesia Católica, incluso consagrando el delito de la “herejía” para los atentados religiosos perseguidos por la institución de la “inquisición”, generando sistemas infamantes para lograr esclarecer los hechos (la tortura principalmente) y estableciendo penas corporales, y en la mayoría de los casos la pena de muerte. 
Ahora bien, con la aparición de los Estados modernos, la protección pasa al Estado y sus símbolos, llegando incluso en el desarrollo de estos Estados a la protección rígida de la verdad histórica como un valor esencial, ejemplo de aquello lo encontramos en Francia post revolución donde constituía ofensa grave el difamar a los héroes revolucionarios, las ideas revolucionarias o a las autoridades mismas.
Esta protección de los Estados alcanzó a desarrollarse en dos facetas, una interna que incluía la lógica de la cautela del orden social – político – económico que los propios ciudadanos podrían amenazar o derechamente vulnerar, estableciendo penalidades para cualquier tipo de acción que ejecutará cualquier persona, nacional o extranjera, dentro del territorio del Estado en contra de éste.  La segunda faceta de tutela es la externa, fortalecida en el concepto de Soberanía, por la cual ningún otro Estado podría intervenir en el territorio ni en los asuntos internos de dicho Estado.
Estas dos facetas de protección de los Estado llevaron a la posibilidad de que éstos pudiesen utilizar todas las herramientas a su disposición para asegurar este valor primordial de la “seguridad y el orden público”, quedando las personas en la más absoluta desprotección. Aquella lógica produjo que en los inicios del Siglo XX los Estados cometieran los delitos más horrorosos contra sus poblaciones, la Alemania denominada “Nazi” fue el mejor ejemplo con la violencia sistemática y organizada contra grupos étnicos (principalmente judíos pero también gitanos entre otros), grupos políticos (comunistas e incluso liberales de derecha democráticos), personas con capacidades especiales (según el nuevo concepto de lo que en ese momento eran mal considerados como “discapacitados”), personas con diferentes tendencias sexuales o de género, etc.

Esta violencia sistemática y organizada, que pretende la exterminación masiva de persona fue denominada  “genocidio”, que fue compartida en las lógicas criminales de la URSS, pero que no fue la única manifestación de este terror que ejerció el Estado en el Siglo XX. Estados Unidos y sus símiles denominados estados democráticos (minoría a la primera mitad del siglo XX) utilizaron diversos medios de violencia interna amparados por el concepto de “soberanía”, como por ejemplo toda la regulación de esclavitud, principalmente “negra”, y otras regulaciones prohibitivas, por ejemplo contra el sindicalismo. De esta forma, podemos ver que la protección del Estado ha seguido un camino oscuro en toda la historia de la humanidad, no basta más que mirar a Chile en el año 1973 para comprender que esas ideas han traspasado todas las fronteras. No obstante, ¿ha cambiado en algo el mundo desde la expresión más brutal del desarrollo de la protección a los Estados que hemos descrito a nuestros días? Alentador es establecer que sí ha cambiado.

Desde 1945 hasta la fecha se han fortalecido las ideas universalistas de los derechos humanos, considerando y entendiendo a éstos como la limitación objetiva que tienen todos los Estados en el ejercicio de su soberanía, debiendo así reconocer, amparar y proteger los derechos básicos de las personas por sobre las lógicas de sobre protección estatal que había primado en la historia descrita anteriormente. Es evidente, considerando el largo camino histórico de la humanidad, que el desarrollo de los derechos humanos ha sido dificultoso y lento, no obstante desde 1945 hasta la fecha sólo han pasado más de 65 años y los avances han sido sorprendentes, sobre todo en el mundo de las ideas y en menor medida en los aspectos prácticos.

Han nacido diversas expresiones de protección internacional, partiendo por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, siguiendo por los Pactos Internaciones que cautelan los Derechos Civiles y Políticos, y también los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, además de los pactos regionales que reconocen dichos derechos, y continuando con mecanismos de protección más efectiva como es la Corte Penal Internacional y los mecanismos de protección que los mismos pactos internacionales han ido progresivamente adoptando.

Asimismo, la costumbre internacional ha modificado sus principios sobre la soberanía, considerando que aunque el crimen se cometa en un Estado determinado, si dicho país no lo sanciona, entonces podrá ser sancionado internacionalmente consagrando un amplio catalogo de “crímenes de lesa humanidad” que son verdaderos atentados al ser humano en calidad de tal. Así, los Estados ya no se encuentran amparados por la tutela externa de la soberanía, debiendo ser respetuosos de los derechos y garantías que son resguardadas internacionalmente. También, cada vez, el amparo de estos derechos en el plano interno, su tutela eficaz y su ejercicio lo más libre posible, ha sido considerado como condición “sine qua non” para lograr relacionarse efectivamente en el mundo, en los planos comerciales, políticos, sociales y culturales. En dicho contexto de avance, ¿por qué en Chile aún no se logra consagrar de forma más o menos absoluta la supremacía de los derechos humanos por sobre la protección del Estado? Las razones son principalmente dos: por una parte la clase política chilena, prioritariamente de derecha, no ha logrado asimilar que la seguridad y el orden público como bien jurídico que pretende asegurar la “pacificación social” no puede basarse en herramientas de represión, sino que debe focalizarse en herramientas que ataquen la desigualdad social y resuelvan los conflictos profundos que son la base para que la conflictividad social produzca estas amenazas al Estado (cuestión que evidentemente la política tradicional no logrará resolver por sus intereses económicos y políticos); y por otra parte, nos encontramos ante el problema constitucional. La ilegitimidad de nacimiento de la Constitución Política de la República de 1980 y la desvinculación de sus normas jurídicas con la realidad social chilena, permiten la supremacía del Estado por sobre los derechos humanos.
Siempre es importante reconocer que existen herramientas en esta Constitución para la defensa de estos derechos (la consagración e inclusión de los derechos de los pactos internacionales que realiza el art. 5, el catalogo de derechos humanos del art. 19 y la acción de protección y amparo) también es cierto que el espíritu de esta Constitución no permite ni un ejercicio pleno de los derechos y garantías, y no establece limitación más profundas para la dictación de leyes que restringen dichos derechos humanos (salvo excepciones).
De esta forma, la ley denominada “Hinzpeter” no sólo nos debe recordar la historia de los bienes jurídicos primordiales y las nuevas necesidades de supremacía, sino que también nos recuerda la desprotección en que nos encontramos los ciudadanos chilenos ante las decisiones de la autoridad, que sin un proceso de “repensarnos” como sociedad a través de la Asamblea Constituyente, dictan leyes que nos involucran, pero que no nos consultan.

IVÁN QUINTANA ABELLO
LICENCIADO EN EDUCACIÓN
DIRECTOR TEJEMEDIOS

El Binominal es una cara deforme de la democracia

Sin lugar a dudas, debemos reconocer sin temor a equivocarnos, que hablar de democracia en Chile es motivo de alegría, de sabor a triunfo, de dignidad. Se grita a toda voz y en todas direcciones que somos una Republica democrática, pero parece que falta darle un par de vueltas a tan bullado concepto. La Democracia (o Poliarquía según Robert Dahl), consta de dos elementos básicos: libertad de asociación y libertad de expresión. Pero sabemos que en una democracia moderna estos conceptos se quedan cortos, ya que la forma de aquella democracia tiende a tener características propias en cada contexto, y el Chileno, obviamente, no es la excepción.
Me detendré a observar y comentar una característica peculiar que tiene nuestra adaptación Chilensis del concepto. Nuestro sistema parlamentario, tiene la característica de ser un sistema Binominal, esto quiere decir que es un mecanismo de elección donde se establecen lista de candidatos que tienen sólo dos postulantes al cargo como máximo; En caso que la lista más votada obtenga el doble de votos que su más cercana competidora, elige a sus dos candidatos. Por el contrario, si no alcanza a obtener el doble de votos que la segunda lista más votada, obtienen un cargo cada una de ellas, no importa si el primer candidato de la lista perdedora obtuvo más votos que el segundo candidato de la lista que logra el doblaje. En términos simples, votamos por lista y coaliciones, y no por personas.
El autodenominarnos como una democracia no asegura nada, sabemos que existe “la calidad democrática”, la cual es el verdadero termómetro  que establece cuan profunda es nuestra convicción de que el poder y la soberanía reside en el “pueblo”.
En el Chile actual, la soberanía parece caer bajo los partidos políticos, los cuales proponen y disponen a sus anchas, son ellos quienes proponen a los candidatos, los cuales van casi predestinados a salir electos, esto le da una comodidad y un poder único a los partidos políticos, los cuales no necesitan tener programas acorde con las necesidades sociales, ni ser un actor preponderante en la vida cívica, si no que solo necesitan presentar el candidato, y pertenecer a una de las dos coaliciones o listas  (total ¿para que hacer mas?),  nadie que no este de acuerdo con esto podrá presentarse a senador o diputado. Como sabemos son estos mismos quienes diseñan y aprueban las leyes,  lo cual explica la larga data y el poco debate en torno a este sistema.
La Concertación atacó este sistema y se ha comprometido a eliminarlo en más de una ocasión, todo parece indicar que la energía que han puesto en esto no ha sido –ni será- la suficiente; nació una comodidad en torno a esta forma de crear “equilibrio político”. La Ley Orgánica Constitucional de Votaciones Populares y Escrutinios, Nº 18.700, dictada por la Junta Militar de Gobierno, en mayo de 1988, parece ser un regalo, al cual se aferran aquellos que defendían el régimen de Pinochet, pero también aquellos que llenaron calles con promesas de alegrías venideras. Hoy se ha empeñado la legitimidad de nuestros representantes, por una falsa misión política. La misión del sistema político no es crear un juego de futbol, donde se necesita igual cantidad de jugadores por equipos, si no que establecer posturas y visiones mayoritarias y minoritarias.
A modo de conclusión puedo decir que hoy por hoy, los debates en torno a energías limpias, derechos sexuales y reproductivos, reformas tributarias, forma y sentido de la educación, etc. Cuentan con poca relevancia,  Si en realidad lo que prima es este equilibrio. El sistema binominal impuesto por la dictadura militar es el primer escoyo que se debe superar para mejorar la calidad democrática, si la centro izquierda y la izquierda lograran unirse bajo este objetivo, seria un triunfo gigante en dirección a una representación verdadera. La democracia cuando esta bien implementada, se debería mejorar a sí misma, lo cual demuestra que tan estancado está nuestro sistema político.
Luego de pensar esto, parece increíble que algunos personeros concertacionistas  aún se pregunten cuál fue la razón de la derrota en el 2010 frente a la derecha, si no fueron capaces de cambiar las herencias más repugnantes de la dictadura, no por fuerza, si no por comodidad y por flojera.
IVÁN QUINTANA ABELLO
LICENCIADO EN EDUCACIÓN
DIRECTOR TEJEMEDIOS

El olvidado arte de ser un buen político

No es fácil ser un buen político, de hecho me atrevería a decir que en estos tiempos ya es casi imposible serlo, pues lo complejo de este asunto resulta de la dificultad de poder ser una buena persona, y por consiguiente un buen ciudadano. La pregunta es: ¿quién realmente en estos tiempos está preocupado por serlo?, ¿cuántos de nosotros tenemos la intención y nos esforzamos día a día con este propósito?
Algunos se preguntan qué relación tiene la vida personal con el oficio de ser político, pero desgraciadamente es ahí donde radica el principal problema, de lo desvirtuada que se encuentra esta noble labor, ya que todos han creído o han comprado la teoría de que la vida personal no tiene absolutamente nada que ver con el trabajo que se desempeña y esa es una grave mentira que nos está llevando a perder todo lo que como nación, sociedad y seres humanos podemos lograr.
Si miramos a nuestra sociedad y reflexionamos un momento en lo difícil que muchas veces nos resulta como ciudadanos el ser completamente honestos y por consiguiente coherentes con nuestros actos y pensamientos, muchos llegaríamos a la conclusión de que la corrupción parece ser la única opción para sobrevivir, y sobre todo para alcanzar lo que anhelamos: bienestar económico y un mejor nivel social, pues con trabajo arduo y esfuerzos nobles nunca llegaremos a obtenerlos, o tal vez tardemos mucho, mucho, mucho tiempo.
Irónicamente casi todos quieren ser políticos, pues pareciera que son los únicos en este país que tienen la posibilidad de prosperar rápido y sin el mayor esfuerzo.
No es necesario un título universitario, ni tener una historia profesional que avale el trabajo; no se tiene un jefe que exija un horario a cumplir, ni mucho menos a quien rendirle cuentas. Son libres de actuar y proceder, las leyes los protegen y pueden usarlas para obtener lo que deseen. Su sueldo no está en proporción a su capacidad ni mucho menos a lo que rindan, representan a un partido no a la sociedad. Y por último no olvidemos las buenas relaciones, tan necesarias para conseguir después de la carrera política, un buen puesto que sostenga y mantenga el tren de vida adquirido hasta el final de sus días.
Algo que llama mi atención en las personas que alcanzan el poder en un puesto político o como funcionarios públicos, es la necesidad de rodearse de personas que les digan que sí a todo, sin importar si están cometiendo un error, o si van a fracasar en lo que emprendan, y esto me recuerda al cuento famoso del “traje del emperador”, en donde todos los que están a su alrededor le dicen que el traje le queda estupendamente, pero todos los ciudadanos estamos viendo que en realidad el emperador camina desnudo por las calles.
La mayoría de los políticos son personas que tienen la capacidad impresionante de negar la realidad y de desvirtuarla muchas veces a su total conveniencia, y aún así conservan la sangre fría de convencer a quienes los observamos día a día detenidamente de que no lo hacen queriendo presentar sus verdades como la total realidad.
En democracia todos somos políticos, nadie puede excluirse, todos participamos del bien común de la sociedad: con nuestras actitudes, sueños y valores. Así mismo no podemos hablar todo el tiempo de que los políticos son corruptos y malos, pues lo son porque nosotros dejamos que lo sean, por que estamos fracasando al elegirlos y controlarlos, y por que nosotros como ciudadanos no somos al parecer una mejor alternativa frente a ellos, pues también somos corruptos y deshonestos, al mirar para el lado, al hacernos los tontos y sobre todo al quedarnos callados ante los errores que violan descaradamente nuestras propias convicciones, nuestra propia manera de pensar. Podemos concluir que ser buen político es bastante complicado, ya que ser buena persona implica una ardua labor, que por naturaleza se vuelve exigencia, ante la cual muchos nos estamos volviendo sordos, mudos, y muy ciegos.
IVÁN QUINTANA ABELLO
LICENCIADO EN EDUCACIÓN
DIRECTOR TEJEMEDIOS

El impúdico poder de los medios

Las corrientes de opinión se expresan ya modeladas y canalizadas, y a su vez se refuerzan y consolidan. La máquina mediática de amplificación y reiteración consigue colocar en la agenda una información y levantarla cual evento nacional. No hace falta un exhaustivo análisis de contenidos para hacer esta afirmación. Las informaciones relacionadas con el frustrado pedido de extradición desde Argentina de Sergio Galvarino Apablaza nos han recordado aquella prensa “monolítica” de la dictadura. Una sola voz, una versión y una opinión. Sin debate, sin reflexión. Sin pluralismo, que es lo mismo que sin libertad de expresión. Una sola voz, la de la UDI, influyendo, ordenando conciencias, movilizando a toda la clase política en torno a una ¿única? verdad. El país unido, leemos, escuchamos, bajo la causa de los “derechos humanos”. El duopolio abrazado y bajo una sola bandera. La televisión, como siempre, se sube al mismo carro.
Es lo provinciano en su peor expresión. Porque es la ignorancia manipulada y conducida. Hoy es el gobierno argentino, personalizado en la presidenta Cristina Fernández, otro día es Hugo Chávez. Hace unas décadas era el comunismo internacional, y en una ocasión fue hasta una bengala brasileña. Los medios chilenos, tal como oímos durante más de una década, están para mostrar la verdad. No es éste el único caso de sesgo informativo. La cobertura al conflicto chileno-mapuche o el denominado “caso bombas” tienen la misma inspiración y efectos: una sola versión, una realidad polarizada, un mundo reducido e infantilizado entre los buenos y malos. La estructura de la telenovela, del reality o del seudo reportaje se reproduce también en la prensa diaria.
Este es el poder de la prensa en su peor dimensión: la concentración y la colusión. Un poder que forma y deforma, que exhibe y oculta. Un poder ubicuo que modela las ideas al antojo de los más profundos y ocultos intereses. Al otro lado de la máquina, está el espectador, el consumidor masivo, vulnerado con la desinformación. Sólo repite la voz del amo en medio de su ignorancia. Afortunadamente, hay una masa crítica de lectores y consumidores de televisión que ha levantado su voz para exigir un mínimo derecho, el de estar justamente informado, de no ser manipulado y vulnerado con el engaño.
Nuevas generaciones de periodistas han puesto en marcha campañas paralelas, cuya fuerza se suma a las anteriores y colaboran a generar una visión y conciencia más crítica de los medios. Una de estas acciones, impulsada por la Red de Medios de los Pueblos, apunta a revelar la máquina mediática-institucional que criminaliza la legítima protesta social. Tal como durante la dictadura, los medios juzgan y condenan, organizando el espectro social bajo una sola y muy sesgada visión.
Pero hay arbitrariedades cometidas por los medios en Chile, que en cualquier otro “mercado” debieran tomar el curso de una denuncia. Existen prácticas de colusión entre los medios e instituciones proveedoras de los contenidos que han sido empleadas como herramienta acusatoria a grupos y personas. Así, se puede destruir caprichosamente a un ciudadano, y esa injusticia permanecerá en la completa impunidad. Estamos muy lejos de regular y legislar estos abusos y distorsiones. Los medios concentrados y fundidos con los intereses políticos y económicos se han convertido en un poder ubicuo que sólo responde a aquellos intereses y a sí mismos. Si hay alguna salida, ésta pasa por el desarrollo de una conciencia crítica que nos permita enfrentarnos a la manipulación y la ignorancia.
IVÁ QUINTANA ABELLO
LICENCIADO EN EDUCACIÓN
DIRECTOR TEJEMEDIOS