ALGUNAS COSAS SOBRE LA POLÍTICA DEL AMOR

Sí, me pegó, pa eso es mi marido, le dijo una vieja bien fea a un carabinero cuando este intentaba detener al animal agresor, y yo agregaría, mi partido no más me caga…Al resto no le aguanto ni una. -Hoy voy a escribir sobre el amor en la política. No es un panfleto, ni un memorándum, así que cualquiera que lo lea puede transmitirlo a quien lo desee. Yo no soy político, ni filosofo, no soy analista ni politólogo, soy pensante. -Lo único que se, es que el amor es capaz de hacer muchas cosas, se ha visto como Gandhi con su filosofía de no violencia y de amor al prójimo hizo que el ejercito ingles saliera de su país. -El amor es un sentimiento que no cualquiera puede domar, y menos los políticos. Por eso es que sostengo hasta la saciedad que los políticos deberían tomar clases sobre cómo amar. A la fuerza no es cariño, así dice el refrán y también podría aplicarse a ese político, jefe o quien sea, que nos tiene con la pata encima, que nos friega la vida o que no nos permite subir en el rango profesional o de la propia vida. -Si el amor existiera en la política, no habría personas con hambre, no habría familias viviendo con sobras, ni políticos corruptos o con mareos de altura.

Maquiavelo lo entendió muy bien en su momento: el amor no puede ser el pegamento fundamental de la relación política. El hombre podrá encontrar en el amor la experiencia vital más dulce e intensa, pero el Estado no se edifica con esa llama. Maquiavelo nos advertía que el amor era caprichoso y por ello inconfiable para levantar la casa del Estado. Por ello creía que el príncipe debía ser temido, antes que amado. -No al amor, porque el temor, era el verdadero cimiento de la política. -Pero, ¿de qué temor hablaba Maquiavelo? De ninguna manera reivindicaba el temor al poder desmedido, caprichoso y arbitrario de un déspota porque ese abuso conduciría tarde o temprano al odio de la gente. Maquiavelo pensaba en el temor al poder firme y bien medido del Estado. Temor que se desprendería después de la figura del príncipe para alojarse en instituciones, en una entidad impersonal que habla con reglas, que se sujeta a normas comunes. La modernidad que se insinúa desde entonces aspira a la transmutación de ese miedo: temer al Estado es ganar confianza en sus instituciones, en esos órganos del poder público que aplican castigos en nombre de todos.

La ley no es la caricia de los gobernantes. Nuestros impuestos no son besos al fisco. El líder político no es nuestro padre cariñoso y protector al que debemos lealtad de hijos fieles. El Estado no es nuestro amante. Por favor: dejemos al amor en su sitio.

Una de las virtudes fundamentales de la democracia, es precisamente que mantiene el divorcio entre la relación institucional y la relación personal. El caudillismo reenciende la llama emotiva de la política: pretende activar de nuevo la lealtad afectiva y restituir ese vínculo emocional que, como el amor, no acepta prohibiciones. Se habla así del matrimonio de la nación y su conductor. Frente a esa funesta ilusión, la democracia acepta su frialdad: separa afecto y ley. Para mí y de manera muy personal, el manifiesto de conducción política, sea este municipal gubernamental o del olor que sea, exige el desamor como requisito y de este desamor hay varios ejemplos en comunas. Pareciera ser que para que un gobierno funcione, sea comunal, provincial, regional, o nacional, lo público debería mantenerse a salvo de los sentimientos. Bajo la máscara de la democracia, el vínculo entre gobierno y sociedad es el de la representación electoral. –Y para mí esto se entiende como un encargo, nunca como una devoción. Reconocer el poder político que nos rige y da de comer, e incluso respaldarlo, no implica en ningún caso adorarlo. Y reconocerse parte de una sociedad comunal, no supone en ningún caso el ignorar diferencias, o abdicar de las ordenes recibidas bajo el discurso de la lealtad política. El conflicto, el desacuerdo, las antipatías y aversiones, son parte vital en una sociedad vital. Solo el conservadurismo más terco podría condenar esas tensiones y emociones sociales como traiciones a los deberes del amor al líder.
¿QUÉ NECESITAMOS HOY EN LA POLÍTICA?
Una política de amistad, encariñada con todo lo existente, una política apegada a las tradiciones y respetuosa de las herencias. -Una política que no se pelea con nadie porque a todos ama por igual. -Una política tan afable con los débiles como con los poderosos. La política de la amistad es aquella que está atenta a todos, pero que no quiere cambiar nada porque hacerlo sería un acto de hostilidad contra algunos. Por ello esta política es la divisa básica del conservadurismo: Conversar las circunstancias, conservar el status quo, no pelear nunca con nadie ni intentar cambiar la realidad.
Yo por mi parte, me dedico a otra política mucho más hermosa, más sincera, más franca y sencilla. Amar a mi familia, y a nada más.

Para Tejemedios
IVÁN QUINTANA
Docente: Licenciado en Educación
Licenciado en Alta Gestión Ambiental
Pontificia Universidad Católica